Antonio Fernández Molina, poema de Alfonso López Gradolí
Nació en Alcázar de San Juan, aunque su familia
era de Guadalajara, pero no sé si ello importa
para esta carta o poema. Su abuelo estaba en Casas
de Uceda y era ganadero; el padre había muerto
al comienzo
de la guerra española de los tres años. Las biografías
dicen que es universitario, años más tarde hace
“Doña Endrina”,
una rara y excelente revista literaria, trabaja
de maestro,
publica sus primeros libros y decide ser enterrado
en Casas
(él llama así al pueblo que es protagonista en una
de sus novelas), donde conoce a su mujer Josefa
Anastasia.
En este lugar, con sol de agosto, me ha enseñado
Sus dibujos, collages, acuarelas excepcionales.
Antonio
Leonardesco, duchampiano, fascinante, competente,
creaba en sus grafismos formas larvadas de semilla,
de pre-formas, antiformas del campo mental
del artista
con halos de luz, de fuerza, de oscuridad y muerte,
el renacimiento terrible de una agresividad oculta,
una continua apertura de lo ignoto
y de lo que parece
superreal por ser la realidad otra que inventa,
descubre
y fascina ya que viene del misterio. Las imágenes
de A. F. Molina son paisajes con árboles, montañas,
rocas, insectos, peces, pero nada es lo que parece
o nada llega aparecer que es tal cosa,
no representan,
son algo que hubiera podido ser y lo que es si así
lo dibuja.
Dicen que es un hombre sencillo y un artista raro
su país es únicamente el que se encuentra
en su alma.
Su tierra es la que tiene calles viviendas,
Quizá en su infancia vio algunas destruidas.
Abandonadas gentes vagabundean por el aire,
no se sabe si buscan un refugio, pero habitan
dentro de su alma. Cuando está Antonio
en su estudio
quiere encontrar la solución ante el lienzo
y oye a veces
esquilas y balidos de un rebaño imaginario, las ovejas
cruzan la superficie del cuadro, vuelve su infancia
campesina,
la luz, olor del pueblo y como en el poema
de Roberto Goa
el pintor tiene en su mano en vez del pincel
la hoz segura
que conseguirá la hierba para su ganado
y en sus cuadros
las casas llevan zapatos y estos tiene ojos
y los gallos
un reloj entre las plumas. En sus dibujos están
las intenciones
expresadas de ordenar el caos y la confusión del mundo.
Si alguna vez hace un dibujo ordenado le añade
un elemento insólito, humorístico, una rueda
en lugar de un pie,
un zapato donde debería estar una mano.
El pez aparece con frecuencia en sus obras
situado en el cielo, en los sombreros, en los tejados,
nunca en el agua ni en una pecera; cuando Antonio
tenía tres años le sacaron de un estanque
en su pueblo
donde se había metido a coger peces y trasladarlos
a otros lugares.
Alguien dice de él que es superrrealista o pertenece
al arte del absurdo,
él traslada el mundo que nos rodea pero visto
por la lente
de un radical desacuerdo, con burla, rechazo,
evasión y miedo;
resulta todo teñido de una incoherencia aparente:
dos lunas
en el cielo, un pez tumbado sobre un campanario
pueblerino.
“Crear lo que no vemos es poesía”, dijo alguien y
Antonio
pinta lo que sólo él ve: un gran insecto que es a
medias
una esquina y la otra mitad una criatura humana.
Pinta
lo que nunca verán otros, sabe que las cosas no
son limpias
y continúa haciendo cuadros o poemas, le recuerdo
con su gran carpeta llena de dibujos, subiéndose a un
barco,
dibujando en la butaca de cubierta. Grafismos a los
que no veo
antecedentes, la pierna que termina en una rueda de
bicicleta,
el brazo con dos manos, la puerta de la casa es una
cabeza,
los pájaros se hacen letras al caer al suelo.
Antonio Fernández Molina, cuántos libros has publicado,
llegando a Madrid para estar unas horas y desaparecer
deprisa,
qué importante vas a ser, lo que dirán de ti cuando te
mueras.
Alfonso Lopez Gradolí
[Ester Molina, hija de AFM, nos remite este poema que Gradolí dedicó a su padre]
1 comentario
pepemontero13@hotmail.com -
Aún me parece verlo trayéndome un saco lleno de sus libros, a mi tienda de Constitución, leyéndo algún poema mío, y animándome a escribir.