La espiga
El libro se abre. Surge una espiga entre las hojas. Parece fabricada en papel de hilo o esculpida en madera muy bien lavada por la lluvia. Se podría fechar en junio ¿de qué año? En plenitud tranquila, maduró junto a sus hermanas. Con impulso y la energía de sus granos, sus líneas vibran cual las de un ave a punto de volar.
Al mirarla se evocan la viveza del gorrión, la luz de la era, el sonido de alegres juegos infantiles…
El cordón de la lluvia
El viento desata de repente el cordón de la lluvia. Las sombras parecen danzar en la habitación al ritmo de pisadas de hormigas gigantes por encima del techo. Desde el espejo cae un rayo de luz azul sobre la alfombra. Gordas y tibias gotas de lluvia golpean en las tejas. Se moja el rostro de un arcángel pintado en la fachada de la casa.
La luna lo observa embobada.
Ante un espejo
Está el abuelo bien situado
frente a un espejo
y con la niebla delante de sus ojos
y de su pensamiento,
y no se reconoce. Medita
si no verá la faz de algún paisano
sin recordar de quién.
Nada comenta porque sabe cómo
bien a menudo, la palabra,
dormida en la garganta
hace muy buen papel.
Mientras el viejo calla,
dispuestos a pintar su fiel retrato,
preparamos el lienzo,
colores y pinceles.
Sobre un fondo amarillo luminoso,
tiene un surco presente entre las cejas,
destacados detalles en el rostro,
y sombras en los sitios oportunos.
Testimonian de los años de brega,
señales acusadas de labores
de la recolección, de la vendimia…
Y al fin, es el retrato la verídica
máscara fiel de la epopeya
que el anciano ha vivido
en el amplio escenario
de la meseta y de los montes,
entre el cielo y la tierra.
Ya se desvanecieron
Estoy sentado en casa y sin moverme,
olvidado de mí. Ha oscurecido.
De pronto me parece
sentir manifestarse
inquietantes presencias.
¿Retornan compañeros de mi infancia,
temores sin motivo
material? Me encaro
con su hipotética presencia
y les digo; «Los fantasmas
se alejan al mirarlos de frente».
Intento ver, de alguno,
su rostro y su figura.
Mas si estuvieron,
ya se han desvanecido.
Tránsito
Por el camino de la escuela,
sumergida en el atardecer
avanza una joven,
de aspecto adolescente.
Envía el sol débiles rayos
y comenta en voz baja: «Disfrutamos
de un invierno apacible, amigos míos».
Muy tranquila
la tarde,
se despereza como un gato
y alarga el rabo hacia el anochecer.
¡Me gustaría acompañarla
como ella se merece!
Doy pisadas en falso y sin remedio
a refugiarme voy a la taberna.
Con la noche avanzada
regresaré a mi hogar
a través de las sombras
de mi nublado pensamiento.
Lectura
Hasta el anochecer,
leo en las páginas del pueblo
como en un libro.
De pronto el alumbrado público florece
y continúo la lectura.
Al pasar y pasar las página,
surgen sorpresas y sorpresas.
Cuando llego a la esquina
final del pueblo
el sueño cabecea entre la sombra,
como una embarcación.
Antonio Fernández Molina
© Herederos de Antonio Fernández Molina
[Poesías Completas III. Libros del Innombrable, Zaragoza, 2000]