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antonio fernández molina

CINCO RECUERDOS FELICES CON MI PADRE por Teresa Fernández

CINCO RECUERDOS FELICES CON MI PADRE por Teresa Fernández

   A mi padre le gustaba recordarme una anécdota que se remonta a mi más tierna infancia:

 

   Tengo sólo tres o cuatro años y, aunque no levanto más de unos palmos del suelo, avanzo a una altura de unos dos metros  pues  mi padre me lleva amorosamente a hombros. Estamos en Madrid y caminamos junto a la valla del retiro. Yo me fijo en el hierro forjado y en los imponentes árboles del parque. De pronto me llama la atención un padre que regaña y pega a su hijo desobediente Mi padre los ve también y sonriendo me dice: “”nosotros no discutimos, nosotros nos queremos” Entonces se vuelve hacia mí y cariñosamente nos damos un beso.

 

   Siempre que paso por la acera que bordea el Parque del Retiro vuelvo a recordar esos tiernos momentos paterno-filiales.

 

 

 

 

   Tengo cuatro o cinco años y estoy subida en el pupitre donde mi padre-por entonces maestro rural- imparte sus clases en algún pueblo perdido de Guadalajara. Jugueteo y miro a los niños que están frente a mí. De vez en cuando me escondo  tras la mesa de mi padre quien, en un momento determinado y considerando, tal vez, que debo tener hambre, me ofrece un huevo duro que yo acepto encantada.

 

 

 

 

   En Palma de Mallorca mi padre me llevaba a menudo a la imprenta dónde él tenía que negociar pedidos para la revista de Camilo José Cela Papeles de Son Armadans. A mí me encantaba ir allí y observar cómo los trabajadores iban componiendo los textos letra por letra, con caracteres esculpidos en metal-que yo a veces cogía para estudiar de cerca- y a una velocidad endiablada. Eran considerables la velocidad y la destreza a que se cortaban y cosían las resmas de papel o se imprimían las hojas. Todo ello me resultaba fascinante. Y era mi padre, que daba instrucciones y trataba amigablemente a todos los trabajadores, el que me llevaba allí. ¡Qué orgullosa estaba yo de él, y cuanto agradecía su cariño.

 

 

 

 

   Lo acompañaba con frecuencia al mercado, al que se acercaba los sábados a hacer la compra semanal. Recuerdo las grandes cantidades de pescado que solía comprar y lo que le querían las pescaderas a las que halagaba con gentiles requiebros. Como suele ocurrir, casi siempre compraba más de lo que en un principio había calculado o, al menos, de lo que mi madre le había pedido. Y como no tenía donde meterlo, siempre acababa comprando unas bolsas de nylon trenzado que se vendían ahí muy baratas..Como el sábado siguiente nunca se acordaba de llevárselas, a final la casa se llenó  de esas  bolsas de modo que a casi todos acabaron pareciéndonos feísimas. Yo, al menos, llegué a aborrecerlas.

   Muchas veces, para no cansarse –a mi padre nunca le gustó cargar con peso- me hacía esperar donde no estorbara, con un montón de bolsas recomendándome encarecidamente que no se me ocurriera moverme ni un solo palmo de allí hasta que el volviera. Debo reconocer que esos ratos se me hacían eternos. A su regreso repartíamos el peso y nos íbamos a coger el autobús, que nos llevaba de regreso a casa en el barrio de la Bonanova dónde mi madre solía protestar enérgicamente por todo el pescado que iba a tener que limpiar.

 

 

 

   Ya más mayorcita, lo acompañé en varias ocasiones a Barcelona, donde acudía a ver las exposiciones más relevantes para poder hacer la crítica para una revista de arte de la que era colaborador. Supongo que no me llevaba tan sólo como porteadora, pero el caso es que siempre tenía que cargar con algún pequeño paquete, alguna bolsa o alguna carpeta. El viaje lo  hacíamos en día por lo que no teníamos necesidad de cargar con más equipaje. Viajábamos en barco durante la noche. Era muy emocionante. Y mi padre no paraba de hablar conmigo, de contar anécdotas, hacer observaciones y comentarios y aleccionarme sobre todo tipo de cosas.  Además, me presentaba con paternal orgullo a todos sus amigos y conocidos. Todo esto hacía que me sintiera mayor e importante. Y, al menos para mi padre, estaba claro que lo era.

   Estos viajes fueron enormemente instructivos para mí y los recuerdo con mucho cariño.

[Una de las seis hijas de nuestro poeta, Teresa Fernández, nos regala estos recuerdos entrañables en compañía de su padre. Desde aquí nuestro agradecimineto. En la foto superior Teresa de niña con el poeta]

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