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ANTONIO FERNÁNDEZ MOLINA Y EL CARRUSEL EN LA CIUDAD

ANTONIO FERNÁNDEZ MOLINA Y EL CARRUSEL EN LA CIUDAD

Ayer vi el pequeño carrusel que a lo largo del año va girando por distintos rincones de la ciudad, y acudió a mi mente A F Molina, que ejerciendo de poeta en cada uno de los momentos del día, me ayudó a descubrir la fascinación por este artilugio y me contagió la capacidad de percibir de una forma casi mística la emoción incontenible que invade al viandante cuando al caer la noche las luces giran contra el fondo confuso de la ciudad, impregnando así el espacio de una atmósfera mágica. 

 

Si cierras los ojos por un instante, -me decía el poeta-, al abrirlos de nuevo podrás decidir el lugar en que quieres encontrarte.  A F Molina tenía toda la razón.  A veces vuelvo a una infancia imaginada donde giro tras giro trataba de encontrar los rostros risueños e iluminados de mis padres; otras veces me transporto al interior de una película americana donde adolescentes alocados suben y bajan por la montaña rusa ajenos a que la escena crucial está a punto de producirse, pero las más de las veces me produce una paz inmensa, como si el giro continuo conectara al interior de un templo budista.  Me quedo en la lejanía y lo observo en todo su esplendor a la vez que me impregno de la energía que desprende su luz.

 

Antonio Fernández Molina acostumbraba a sentir este tipo de emociones. Cuando andando por la ciudad se encontraba con situaciones que lindaban entre el surrealismo y las imágenes oníricas: un tiovivo dando vueltas sobre el telón oscuro de la noche, a veces sobre la arena de una playa, cumplía estas premisas.

 

A F Molina escudriñaba cada centímetro de la ciudad, y en el más inesperado elemento encontraba la belleza que pasaba desapercibida para los demás.  Diríase que era experto en extraer detalles de la vida cotidiana y elevarlos a la categoría de obra de arte.  A veces comentaba su deseo de estampar su firma y dejarlo tal cual como la obra de arte que era.

 

El tiovivo, a la vez que me reconforta el espíritu, produce en mí la añoranza del hombre que me enseñó a vivir la ciudad.

 

                                                                                                                             Asilvestrada

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