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EN TORNO A JOAQUIN MIR EN SU CENTENARIO Antonio Fernández Molina

EN TORNO A JOAQUIN MIR EN SU CENTENARIO Antonio Fernández Molina

La abundancia de movimientos que se han sucedido en los últimos cien años ha dado lugar a que dentro del arte actual tengan cabida las posibilidades mas diversas. Manifestaciones que se percibían como antagónicas conviven unas al lado de otras. Términos como los de vanguardia y academicismo han dejado de tener el sentido que poseían, aún no hace muchos años, pues tras el primero en frecuentes ocasiones, se ampara una actividad que viene a significar lo que se le oponía como su contrario, mientras que un amplio movimiento de artistas contemporáneos de evidente inquietud y calidad, a quienes puede aplicárseles la denominación de artistas de vanguardia, toman muchos de los modos de lo que se consideraba como pintura académica. Como resultado se ha llegado a un punto en el que más que la forma exterior, el movimiento tras el que se ampara el artista o al que parece pertenecer, lo que se valora es la calidad de lo realizado, su significación profunda, su necesidad y eficacia. Al mismo tiempo se ve de una forma nueva el arte de otras épocas y se siente interés y se valoran aspectos del arte no hace mucho considerados como etapas de escasa importancia. En definitiva podemos advertir puntos de contacto evidentes entre cosas que nos parecían alejadas, y admitir con idéntico entusiasmo diferentes manifestaciones. Sin duda esto nos ayuda a entender lo que han hecho tanto los pintores antiguos como los del inmediato pasado. Estos nos explican mejor a los actuales puesto que estos son una consecuencia de todo lo anterior.
A los cien años del nacimiento de Joaquín Mir, durante los que tantas cosas han sucedido en el campo de la pintura, nos encontramos situados en una perspectiva que nos permite captar su obra con una serenidad no exenta de entusiasmo y apasionamiento. Un artista como Joaquín Mir, de una personalidad humana como la suya invita a que nos adentremos por los vericuetos de la biografía. Los datos biográficos sin duda son útiles para situar al artista pero su obra vale por sí misma y sin esta poco significarían aquellos.
Como se sabe Joaquín Mir Trinxet vino al mundo en Barcelona en la fiesta de Reyes de 1873. De este modo llegó el regalo, en la forma aún de un recien nacido, de un significativo artista. No sabemos si la música festiva que acaso llegaría a sus oídos, entre los primeros ruidos que percibiera, marcarían de algún modo su personalidad. Las primeras impresiones tienen gran influencia en nuestro futuro desenvolvimiento y no hay duda de que los elementos musicales están en su pintura.
El padre de Joaquín Mir tenía un negocio de mercería y alimentaba la aspiración de que su hijo le sucediera en el. Aunque el artista no llegó a oponerse abiertamente, desde muy joven quiso ser pintor. Durante algún tiempo aceptó un arreglo familiar y compatibilizaba el ejercicio de su vocación con la representación de los artículos del negocio paterno. No eran años aquellos en los que un pintor principiante pudiera aspirar a conseguir de su arte algún dinero con los que hacer frente a las necesidades mas elementales. Tuvo algunos maestros y pasó, sin detenerse mucho en ella, por la Escuela de Bellas Artes de San Jorge. Pero esencialmente hay que considerar a Joaquín Mir como un autodidacta. Un pintor que se hizo a sí mismo y que las principales enseñanzas las recibió del estudio y la observación de la naturaleza y de aquellos artistas con quienes, al menos en alguna parte de su vida, se sintió afín.
En sus primeros tiempos con sus amigos Nonell, Pichot, Canals, Adriá Gual, pintó en los extrarradios de Barcelona. En aquellos momentos su pintura recoge escenas con tipos populares y ambientes humildes. Hay en ella reminiscencias de la escuela naturalista, como consecuencia del Romanticismo. La realidad y la naturaleza había hecho su aparición en el arte, frente a los temas elaborados exclusivamente en busca de una belleza que antes no se creía estuviera también en la realidad.
Pronto comenzó a llamar la atención. Con motivo de la Exposición General de Bellas Artes de Barcelona, en 1894, la Diputación de su provincia le adquirió su obra "Sol y Sombra". Y en 1897 el Ayuntamiento de Barcelona le compró "El huerto del Rector" presentada al mismo certamen de ese año.
Al año siguiente se trasladó a Madrid con objeto de aspirar a una pensión para estudiar en Roma. Pero aunque tuvo el voto favorable de Sorolla que entonces opinaba que aún le quedaba mucho que aprender como dibujante y confiaba plenamente en él como pintor, no consiguió la beca. De haberla logrado y haberse trasladado a Roma, es de esperar que su desenvolvimiento artístico hubiera sido muy diferente y acaso hubiera hecho de él un pintor cosmopolita, con merma de su personalidad. Aunque no consiguió la beca, en Madrid hizo amistad con los escritores del 98. Con los Baroja, Valle-Inclán, Azorín, los Maeztu. Especialmente encontró afinidades con Gustavo Maeztu, el gran pintor que aguarda una amplia revisión de su obra que le coloque en el lugar que le pertenece. Pero aún mas importante que estas relaciones lo fueron sus continuas visitas al Museo del Prado, Velázquez había sido el tema elegido para su disertación oral en los ejercicios de aspiración a la beca en Roma y Velázquez fue su gran admiración en el Museo del Prado y seguramente la máxima admiración pictórica de su vida. Velázquez, en el sentir de Mir el primer impresionista de la pintura, ejerció un indudable estímulo sobre su obra, aunque no pueda considerársele discípulo de aquel. El Conde de Peñalver, alcalde de Madrid, creador de la Gran Vía le compró el cuadro "San Madir" que había realizado como primer ejercicio de sus oposiciones a la beca. Durante aquellos años dedicó parte de su actividad a la ilustración en "L’Esquella de Torratxa", "Hispania" y "Elzevir ilustrado".
Acontecimiento de especial importancia fue la exposición en Barcelona de paisajes pintados en Mallorca por el belga Degouve de Nuncqués. De él valoró la estilización decorativa y simbolista. Ello le decidió a visitar Mallorca en compañía de Rusiñol. Y en Mallorca residiría de 1900 a 1906. Antes de partir de Barcelona pudo solucionar el problema económico, haciendo un contrato mediante el cual su tio Avelino Trinxet le pasaba una determinada cantidad mensual a cambio de la totalidad de la obra. El hecho nuevo por aquella época, causó sensación en los medios artísticos barceloneses. No mucho después Mir conseguiría desasirse de esos lazos y actuar por su cuenta, dueño de su producción.
En el momento de llegar Mir a Mallorca su pintura estaba ligeramente influenciada por los grises de Santiago Rusiñol, pero el encuentro con el paisaje de la isla le deslumbró. Tenía ante él unos nuevos colores y una luz de una claridad que en principio le turbaron. Le costó algunas semanas captarlos pictóricamente pero cuando lo consiguió se lanzó a la tarea de una manera vertiginosa y apasionada. Siempre pintó directamente del natural por lo que cada día, cuando el tiempo no lo hacía imposible, cargaba con los bártulos e iba a la búsqueda del lugar adecuado para trasladarlo a la tela. Vivió en Deyá y durante algún tiempo en La Calobra entregado frenéticamente a la tarea de pintar. Abunda el anecdotario mas o menos pintoresco de esta época pero lo esencial es su trabajo. Si cuando Mir llegó a Mallorca no hay duda de que era un pintor que tenía ante sí un importante porvenir, en la isla alcanzó su primera madurez y se inició su manera genuina de captar la naturaleza. Ello lo proseguiría después en distintos puntos, y con resultados pictóricos muy varios, como lo fueron entre otros Montserrat, Mollet, L’Aleixas, L’Alforja, Maspujol, Canyelles, Miravet, Villirana, Tarragona, Gualba, Sant Quirse de Safaja, Sant Pere de Ribes, etc., etc. No salió de España y pintó los paisajes de Mallorca y de diversos lugares de Cataluña, con matices diferentes dentro de su esencial unidad.
Mir no solo puede ser considerado como un impresionista sino que es esencialmente impresionista. Pero situarse solo dentro de esa escuela sería limitarle. Aparte de los elementos modernistas que hay en su pintura. Esa cercanía a la música ya aludida, la arquitectura espectacular de ciertas telas, el empaste matérico de muchos cuadros, una armonización en ocasiones altamente decorativa, hay también otras muchas cosas. De los impresionistas tomó lo esencial. El sentimiento directo de la naturaleza que le llevó hasta dejar inacabados algunos cuadros en elaboración avanzada porque ya no volvió con las telas a los lugares donde los había empezado. Su búsqueda en ocasiones sin escatimar trabajos y riesgos, de lugares que plásticamente colmaran sus aspiraciones de paisajista que busca el motivo como el cazador la pieza. Su amor a la vida al aire libre, la forma como usó del color, no de una manera mimética tratando de reproducir exactamente, sino de captar lo esencial recreando y creando sin dejar de serle fiel al modelo.
Como impresionista, cronológicamente, en relación al movimiento francés, fue un impresionista retrasado. Pero ello no quiere decir, ni mucho menos, que fuera un épigono, fue un impresionista importante y algunos de sus cuadros pueden figurar entre lo mas destacado que se ha hecho bajo el signo del impresionismo. Pero también el hecho de haberlo cultivado posteriormente al auge del movimiento hizo que se diera en él unido a otros caracteres que coordinan con su personalidad, se corresponden con su época e incluso preconizan modos y formas de expresión que llegarían a alcanzar un amplio desarrollo. "Roto su naturalismo inductivo inicial  -dice Juan Eduardo Cirlot- se abismó en una pintura lírica de ritmos movedizos, formas agrandadas y simplificadas, en las que el pormenor se sustituye por factores que, a la vez, son exponente luminista de los rutilantes efectos de la luz mediterránea y creación abstractizante factural. Chorreados de pintura, superposiciones de manchas pero sobre todo un sistema de puntos de color de variable tamaño establecen una red de valores plásticos que deforma y transfigura a un tiempo el paisaje real". En efecto, el acto de pintar era para Mir un acto de realización personal. Los testimonios de las personas que tuvieron acceso a este espectáculo confirman que durante el se transfiguraba, desarrollaba un caudal impresionante de energías. Los colores teñían rápidamente su ropa, caballete, el suelo y cuanto le rodeaba. Los pinceles los limpiaba en la camisa en los pantalones e incluso en las alpargatas, en la barba y en el pelo. Pintaba en un estado muy próximo al trance, poniendo en la superficie del cuadro una armonía interior que era el reflejo de lo que la naturaleza despertaba en él. Su forma de expresarse, plena de espontaneidad, apasionada, el modo como trató a la materia y la forma de reflejar la realidad, le situan en muchas ocasiones en un plano muy próximo al de las realizaciones de los movimientos de vanguardia de la última postguerra. Y si no puede decirse que el buscara una expresión de este tipo o que pretendiera de algún modo acercarse a ella, no hay duda de que poseyó una sensibilidad especialmente dispuesta para captar a través del ambiente de la época, lo esencial de ella y para realizar una obra poseedora de un dimanismo que le enlaza, desde un pasado que se remonta al menos a Velázquez, hacia el porvenir en el que, en determinada medida, su pintura suscitará emociones plásticas y ayudará al entendimiento de la naturaleza que le sirviera de modelo.

Antonio Fernández Molina

© Herederos de Antonio Fernández Molina


[El texto se publicó en la "Revista Balear" en 1974]

[En la imagen superior Pintura de Joaquin Mir]

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