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PALABRAS PARA UNA DESPEDIDA de ANTÓN CASTRO

PALABRAS PARA UNA DESPEDIDA de ANTÓN CASTRO

Antonio Fernández Molina (Alcázar de San Juan, Ciudad Real, 1927) se ha muerto. Fue y quiso ser un humanista integral, el poeta en la calle, el artista irreductible en la atmósfera del café, donde escribía o pintaba con pluma y rotulador. Fue y quiso ser un constante profesional de la creación. Antonio Fernández Molina, bohemio, superviviente y curioso insaciable tocado de sombrero, practicó todos los géneros. En la noche del sábado, un fallo cardiaco puso término a una existencia de artes y letras que le llevó a tratar a personalidades célebres: cruzó correspondencia con Ramón Gómez de la Serna, Aleixandre o Alejandra Pizarnik, que le enviaba no sólo epístolas sino cuatro dibujos poco antes de su suicidio. Frecuentó en sus inicios a Carlos Edmundo de Ory, Eduardo Chicharro, Silvano Sernesi y Ángel Crespo, que formaban el grupo de los postistas, y más tarde fue secretario de Miguel Labordeta y Camilo José Cela, y gran amigo de Joan Miró, que lo recibía en su estudio, o de Fernando Arrabal, que siempre elogió su obra.

Antonio Fernández Molina –que llegó a escribir más de cien libros de narrativa y ensayo, de poesía, de arte, de biografía, de cuentos infantiles, y que se inventó dos poetas heterónimos: Mariano Meneses y Roberto Goa…- se quedó huérfano a los siete años. Su padre, que había estudiado Magisterio y se empleó como policía de la II República, se murió cuando él contaba siete años. Era un hombre inteligente y alto. En una ocasión, pasó un buhonero por el pueblo, el abuelo le compró un cuaderno de letras y lo aprendió de inmediato, pero falleció demasiado joven de un cólico miserere. Entonces, durante la Guerra Civil, Antonio partió a Madrid con su madre Teodomira y un hermano, “bohemio y muy de izquierdas”, que estudiaba Medicina. Pasaron allí parte de la contienda, y después partieron a Casas de Uceda (donde ha sido enterrado y adonde regresaba a menudo), y más tarde a Guadalajara. Antonio era un joven muy curioso, apasionado por la poesía y el dibujo; en el Instituto Brienda de Mendoza de Guadalajara lo conocían como “El poeta” y era tan aficionado a los libros y a visitar la biblioteca pública que lo designaron como “Mejor Lector de la Provincia”. Por entonces ocurrió algo muy curioso: en casa descubrieron una maleta de su padre llena de libros de Dostoievski, Chejov o Tolstoi, con lo cual el adolescente organizó un auténtico festín, y no sólo eso, empezó a colaborar en el semanario “La Nueva Alcarria”, donde hacía poemas, aforismos o críticas literarias en la sección “Veleta al viento”.

Además, de vez en cuando, se dejaba caer por Madrid: así conoció a Cela con sus amigos Ángel Crespo o Gabino Alejandro Carriedo, se dejaba seducir por el Postismo (“que es una especie de surrealismo blanco, cuyas luces no son trágicas, sino más bien lúdicas, de imágenes amables”, dijo) e incluso se atrevía a fundar una revista como “Doña Endrina” (1951, que luego se reeditó en facsímil en edición de Calvo Carilla), que le permitió entrar en contacto con uno de los hombres que más admiró nunca: Miguel Labordeta. “Miguel tenía un corazón más grande que su cuerpo. Me dio un poema para la revista y un día tomé el tren y vine a su casa. Me organizaba recitales en su colegio o conferencias en la ciudad y cuando fundó ‘Despacho literario’ me nombró secretario de redacción”.

Aquellos encuentros fueron decisivos para que, ya casado con Josefa Echevarría y padre de seis hijos, acabase instalándose en Zaragoza, a su regreso de Mallorca, donde permaneció ocho años, de 1964 a 1972, como secretario “Papeles de Son Armadáns” y de Camilo José Cela, que le había publicado en Alfaguara su libro “Solo de trompeta”, “un libro de carácter fantástico y atmósfera sutilmente erótica, anterior a la llegada del ‘boom. Estudioso de Dalí como escritor, de Picasso como dramaturgo y poeta, admirador de Juan Eduardo Cirlot, Silverio Lanza, cuyo monográfico de “Papeles de Son Armadáns” coordinó y, sobre todo, devoto absoluto de Bécquer y de Lorca, “como poeta y dibujante”, a lo largo de más de medio siglo Antonio Fernández Molina compaginó el arte y la palabra, en todas sus disciplinas, ejerció la crítica de arte en “ABC” y “El día de Aragón”. Desarrolló una actividad artística constante: era un buen dibujante, un pintor de universos muy particulares (Miguel Marcos le expuso su obra en 2000), traductor, poeta, novelista, biógrafo. Le interesaban los juegos de palabras, las imágenes, los sueños, los símbolos, los peces, era un vanguardista a diario que además tenía algo de dando que avaza hacia un campo de estrellas.

En una entrevista decía: “El secreto de mi obra creo que es una particular visión del realismo mágico. La mirada. La percepción de la realidad. A mí me interesa, sobre todo, la realidad. Es mi gran afición. Mis imágenes surgen del contacto con la calle. Creo que en mi obra hay matices surrealistas, una cierta imaginación que funciona con descaro y en total libertad, interés por la metáfora, lenguaje, ingenuidad”. Y nunca se olvidaba de expresar su cariño por la palabra: “Para mí el idioma tiene una fuerza casi sobrenatural: música, latido, una cifra oculta de sueño e invocación”. Uno de sus últimos libros, porque en él hablar categóricamente de último siempre es arriesgado, fue “Fragmentos de realidades y sombras”, las memorias que le publicó en la Biblioteca Aragonesa de Cultura Eloy Fernández Clemente, y ahora la editorial palentina Menos Cuarto*, que dirige Fernando Valls, preparaba una selección de sus cuentos breves, seleccionada por José Luis Calvo Carilla, que publica una entrevista con él en el número de abril de “Quimera”.

Antón Castro

 

[El presente texto lo publicó Antón Castro en memoria de Antonio Fernández Molina en Heraldo de Aragón al día siguiente de la defunción del poeta. El texto se recoge también en su blog: http://antoncastro.blogia.com/2005/032101-antonio-fernandez-molina-o-el-universo-afm-.php]

[*Antón Castro se refiere al libro: Las huellas del equilibrista.]

 

[En la ilustración superior retrato de Antonio Fernández Molina por su esposa Josefa Echevarría.]

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